
El perfeccionismo es un rasgo común entre las personas altamente sensibles y/o con altas capacidades.
Esa “alta” habilidad para detectar la excelencia.
Esa alta dificultad para no conformarnos con menos.
Lo confieso, me ha costado mucho escribir este artículo. Podría escribir cientos de artículos sobre cientos de cosas, y muchas de ellas correcta y concienzudamente. Disfruto escribir y más aún saber que me lees. Pero cada vez que me tengo que sentar con el teclado encuentro mil excusas para no hacerlo, y cada vez que ¡por fin! logro acabar un artículo y, después de revisarlo doscientas veces, le doy al botón de publicar, me entran los siete males.
Y empiezo a ver todos los errores en mi texto. Erratas que hace cinco minutos no veía. Frases que podría haber expresado mucho mejor. Ideas que ahora me parecen demasiado simples. Empiezo a sentirme torpe, inadecuada, inexperta, y esa noche no duermo.
Te cuento esto porque es posible que también te pase. Cuanto más capaces somos de hacer algo, más conscientes somos de todo lo que podríamos mejorar. Y esto es un arma de doble filo.
Cuando nos vemos movidos por un perfeccionismo saludable, somos capaces de grandes cosas. Nos permitimos cuidar el detalle y alcanzamos altas cotas de excelencia. Pero cuando el perfeccionismo patológico nos sacude, puede ser paralizante.
Hay un dicho que dice “Lo mejor es enemigo de lo bueno”.
Ese exceso de perfección nos bloquea, consume nuestro tiempo, nos impide finalizar las tareas, compartir nuestro trabajo, disfrutarlo, y a veces incluso comenzarlo, procrastinando eternamente.
Cuando eres capaz de percibir todo el espectro de infinitas posibilidades de una situación que aún ni ha comenzado, es muy posible que tiendas a anticipar que algo pueda salir mal. La mayoría de las personas pueden simplemente tirar hacia delante, pero tú no, bendita inconsciencia.
Ese perfeccionismo nos hace también especialmente hábiles para detectar todo eso que se podría mejorar. Nuestro personaje del juez interno se hace fuerte, capaz de percibir todos los detalles que a los demás les pasan desapercibidos. Y es así como nos convertimos sin querer en los que siempre están sacándole punta a todo, las tiquismiquis, los inconformistas, las insatisfechas. La princesa del guisante no es nadie a nuestro lado.
Pero también somos grandes innovadores y mejoradoras allá donde vamos, cuando tenemos oportunidad de poner nuestra creatividad al servicio.
Y es de esto de lo que quiero hablarte. De cómo, aunque me entren los siete males, aquí estoy escribiendo. De cómo hago para lograr darle al botón de enviar sin morir en el intento.
Y tiene mucho que ver con cómo me cuento esto que te cuento mientras te escribo. Mi diálogo interno.
Esa conversación interior que todos y todas tenemos, y que marca una gran diferencia en el modo en que nos relacionamos con el control. Porque si nuestro diálogo interno es controlador y represivo, difícilmente vamos a poder disfrutar del proceso de elaborar cualquier cosa.
La excelencia necesita una gran dosis de confianza para permitirnos soltar las expectativas, perder de vista los resultados, centrarnos en el proceso y simplemente fluir. Y es ahí donde la arteterapia puede ayudarnos enormemente.
El proceso de creación nos confronta con el hecho de que no podemos controlarlo todo. En el arte 2+2 no son siempre cuatro. La imagen que tenemos en la cabeza no suele parecerse demasiado a lo que finalmente acabamos dibujando, y en el proceso podemos encontrarnos grandes regalos. Liberar el control dejando fluir los colores y permitiendo que los materiales se expresen nos ayuda a relacionarnos mejor con nuestro perfeccionismo.
La obra de arte nos permite también mirarnos por dentro, como si de un espejo se tratase, conocernos mejor, y desarrollar un lenguaje más amoroso y compasivo con nosotros mismos. La creación es un ejercicio de aceptación.
La próxima vez que te invada el perfeccionismo patológico o que te sientas procastinando, te propongo lo siguiente:
Observa tu diálogo interno. ¿Qué te estás diciendo a ti mismo/a? Escríbelo en un papel y dale rienda suelta a tu verborrea. Después, imagina que ese que habla no eres tú, sino un personaje de ficción. ¿Qué aspecto tiene? ¿Es un ser humano, un animal, o un ser fantástico? Dibújalo, y ponle color. Ponle cara y habla con él.
Te invito a decidir después cómo quieres que sea el personaje desde el que deseas hablarte. Imagínatelo tan amable, maravilloso, sabio y constructivo como desees. Dibújalo y ponle voz. Conócelo.
Finalmente prueba a relacionarte con tus personajes siempre que lo necesites. Escoge cómo quieres relacionarte con ellos y mira qué sucede.
Si quieres contarme tus resultados de este ejercicio, me encantará leerte.
Y si necesitas acompañamiento en el proceso y quieres profundizar más, no dudes en escribirme.
Para leer más artículos sobre alta sensibilidad, altas capacidades y arteterapia, no dejes de visitar mi blog.