A menudo siento que no soy suficiente.
No importa si he estudiado o trabajado duramente en torno a un tema, siempre tiendo a sentirme inseguro/a pensando en todo lo que aún no sé.
Tiendo a pensar que mis logros han sido por suerte, por casualidad, o por estar en el lugar correcto en el momento adecuado.
Me cuesta aceptar los cumplidos y tiendo a excusarme y restarle importancia.
Tiendo a dudar de que sea capaz de hacer las cosas, aunque mi experiencia me indique que normalmente suelo lograr lo que me propongo.
Me cuesta aceptar la posibilidad de cometer errores, y cuando cometo un error me fustigo por ello.
Tengo miedo de que los demás descubran que en realidad no soy tan bueno/a como piensan, y se descubra “la verdad”, que soy un fraude, un fracaso*.
Si te sientes identificado/a en estas afirmaciones es posible que también vivas lo que se conoce como el síndrome del impostor. Este fenómeno, descrito por primera vez por Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978, se define como una dificultad para internalizar el éxito, muy frecuente en personas con altas capacidades y altamente sensibles, con importantes consecuencias en la salud mental.
Los/as impostores vivimos con una permanente sensación de miedo al fracaso, una fuerte inseguridad, así como una baja autoestima. Tendemos a pensar que cualquier éxito obtenido es fruto de la suerte o la casualidad, y por lo tanto, nos abruma la sensación de nunca ser suficiente, de tener que compensar ese éxito inmerecido, a riesgo de ser descubiertos en cualquier momento.
Esta tendencia nos lleva a menudo a minusvalorar nuestras propias capacidades. No importa que tenga dos máster y un doctorado, no importa cuánta experiencia tenga o cuánto haya preparado un examen o entrevista de trabajo, seguramente pensaré que me falta preparación, y sentiré ansiedad ante el fracaso.
Precisamente parece que son las personas más competentes y capaces las que más dudan de sí mismas y muestran una mayor percepción de incompetencia, según el efecto Dunning- Kruger. Como decía Sócrates, “Solo sé que no sé nada”. Cuanto mayor es el nivel de conocimiento, mayor es también la conciencia, y esta no siempre está ligada a una sensación de logro, sino, por lo que parece, todo lo contrario. Y esto podría significar que dejemos pasar oportunidades que podrían interesarnos, porque no nos sentimos suficientemente competentes. Nuestro perfeccionismo nos paraliza, y nuestra autocrítica es extremadamente dura e intensa.
Esa sensación de no ser suficiente, puede llegar a causar mucho malestar, pues vivimos en un constante sobreesfuerzo, sensación de inadecuación y soledad. De hecho el síndrome del impostor se relaciona con altos índices de estrés, ansiedad y depresión, insatisfacción, somatización, burnout y conflictos para encontrar el equilibrio entre la vida personal y laboral. A menudo nos convertimos en adictos al trabajo, para tratar de compensar esa constante carencia, y esto trae importantes consecuencias sobre nuestra salud física y mental así como nuestras relaciones sociales.
El miedo al éxito puede aparecer tan intenso como el miedo al fracaso. No nos perdonamos nuestros logros, y estamos tan poco acostumbrados/as a fallar que el error se hace impensable. No sabemos lidiar con la frustración, y eso nos puede convertir en los eternos procrastinadores, siempre posponiendo. Porque internamente nos resulta más aceptable no intentarlo, que intentarlo y fracasar, o peor aún, el éxito.
Es interesante cómo las investigaciones sugieren que el fenómeno del impostor tiene mayor prevalencia en mujeres y minorías étnicas. De hecho los primeros estudios estaban basados en la experiencia de mujeres exitosas, en los años 70, en los cuales se hace evidente el efecto de los estereotipos de género con respecto al logro y el liderazgo. Es decir, si socialmente existe un estereotipo según el cual es difícil de creer que una mujer pueda tener éxito, es muy posible que ella también lo crea.
En este sentido, aunque se suele analizar desde un punto de vista individual, algunos autores como Feenstra y sus colaboradores (2020) ponen foco en la influencia del contexto social. De esta manera, el desarrollo de una sana autoestima tiene su origen en la manera en que recibimos apreciación y validación por parte de nuestro entorno familiar en la infancia, así como en la escuela y entorno cercano.
Esto es muy importante pues, como sugieren los autores, poner el foco en lo individual puede hacer sentir que hay algo malo en la persona, y de hecho este es un sentimiento frecuente en las personas que sufren esta inseguridad. Descubrir el origen de esta tendencia y comprender de qué manera nos influyó la mirada y expectativas de nuestros padres y otras figuras de referencia es fundamental para poder sanar.
Clance e Imes describieron dos posibles dinámicas que se dan dentro del sistema familiar, que me encuentro a menudo en consulta, y que a veces incluso se pueden ver representadas por varios miembros de una misma familia:
La “sensible”: De niña no recibió apreciación por sus logros y, posiblemente a causa de no cumplir con una expectativa familiar, fue designada como la “sensible” de la familia, en comparación con sus hermanos, aparentemente más capacitados y hábiles. A causa de esta etiqueta, y aunque lograra tener buenos resultados en la escuela, la percepción que tiene de sí misma es fiel a la imagen que le otorgó su familia, y por tanto creerá que sus resultados son por casualidad, tenderá a minimizarlos y a hacerse de menos.
La “brillante”: En este caso, la familia sí valoró y apreció sus capacidades, e incluso los destacó, haciéndole creer que es buena en todo lo que hace. Sin embargo, a menudo se enfrenta a situaciones en las que, como es natural, no se le da bien todo a la primera, y es incapaz de encajar el error y la frustración, lo cual le hace cuestionarse que quizá no es tan buena como le han hecho creer, y por tanto es un fraude.
Según las autoras se pueden encontrar además tres posibles mecanismos de adaptación ante esta inseguridad:
El trabajo duro: la sensación de miedo de ser descubierta es constante, por lo que la persona se dedica a estudiar y trabajar duro para compensar la sensación de carencia. Se castiga el éxito con sobreesfuerzo, lo que conlleva un alto desgaste, y lo que es peor, ese esfuerzo no tiene fin, pues no importa cuánto trabaje, siempre permanece una sensación de que es insuficiente.
La inhibición: La inseguridad puede llevar a la persona a esconderse y encerrarse en sí misma, evitando situaciones en las que sentirse expuesta, así como expresar sus verdaderos intereses, capacidad y potencial. Su mundo es el del silencio, la negación y la mentira, haciéndose de menos o posponiendo, con tal de no brillar.
La adaptación: La persona impostora utilizará su gran percepción y empatía para identificar lo que los demás esperan de ella, ajustando sus acciones a las expectativas de los demás, convirtiéndose en una experta camaleona dispuesta a transformarse en cualquier situación, viviendo con la permanente sensación de falsedad y soledad interna.
(Arte)Terapia para la impostoras/es
Aunque no existe todavía suficiente evidencia que avale la intervención con el síndrome del impostor (de hecho este no existe tampoco como categoría diagnóstica), las investigaciones sugieren que la psicoterapia, y especialmente la terapia de grupo, puede ser muy útil para sanar esta tendencia.
Una terapia multimodal, con un enfoque holístico, parece ser el abordaje más adecuado para restablecer la autoestima y la percepción de competencia. El trabajo comienza con una revisión de las creencias en las que se sustenta la identidad del impostor/a, buscando generar comprensión acerca de cómo la historia personal ha influido en la autoestima. Es decir, preguntarnos para entender ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué imágen me muestra el espejo? Para ello es muy útil contrastar la percepción interna con la realidad, realizando un listado de los logros alcanzados a lo largo de la vida, lo que te permitirá darte cuenta de tu verdadera capacidad y talentos, como un comienzo para permitirte celebrarlos e integrarlos como propios.
El trabajo con el error y con la tolerancia a la frustración también es fundamental. Permitirte ser uno/a misma/o, darte la oportunidad de cometer errores y observar qué ocurre, en el espacio seguro del vínculo terapéutico puede ser realmente transformador. A menudo cruzar la frontera del error y el fracaso es el mejor antídoto para descubrir que las fantasías catastróficas con las que vivimos a diario casi nunca ocurren realmente. Y aún si ocurren, ¿qué es lo peor que puede pasar?
Ahí es donde la arteterapia puede ofrecer una gran ventaja frente a otro tipo de terapias. Si bien los/as impostores podemos ser hábiles con las palabras y utilizar nuestra astucia para engañarnos y engañar a quien tenemos delante, con el arte esto no es posible. Una imagen dice más que mil palabras, y a menudo hasta el más sencillo garabato puede ser revelador y convertirse en espejo, un espejo donde no caben las máscaras y donde no podemos esconder quienes realmente somos.
Además, durante el proceso de creación nos enfrentamos a múltiples situaciones en las que entrenar nuestra tolerancia a la frustración. El encuentro con la hoja en blanco, con todos nuestras expectativas, deseos y bloqueos, es un laboratorio de lo que nos pasa en la vida real, y donde podemos ensayar y experimentar nuevas posibilidades, no desde el razonamiento o la lógica, sino desde la acción y el corazón.
En este contexto, el error, la mancha, el goterón de pintura inesperado puede de pronto convertirse en un gran descubrimiento, el inicio de algo hermoso y liberador. O como decía una de las personas con las que trabajo en terapia individual “A veces es en el error donde empieza a aparecer lo bueno”. Ese momento en que empieza de verdad a aparecer lo auténtico, debajo de capas y capas de inseguridad, y empieza a construirse una autoestima sólida, basada en la experiencia real, en la conciencia.
Por eso, darnos el permiso de abrirnos a la sorpresa del encuentro con uno/a mismo, con la mirada y acompañamiento amoroso de la arteterapeuta, puede ser absolutamente transformador. Una posibilidad para empezar a verte sin filtros, sin inseguridades, construyendo certezas.
¿Te atreves?
Si quieres empezar a mirarte, te propongo algunas ideas:
Identifica tus emociones y pensamientos respecto al síndrome del impostor. Ponles cara, forma y color. Dibuja tus personajes internos, el crítico, el inseguro, el camaleón, ¿cómo son? ¿qué dicen? Dialoga con ellos.
Indaga en tu historia. Dibuja tu mapa familiar e identifica esos mensajes y etiquetas que te pusieron y que "te has tragado". Pinta un presente sin esas etiquetas.
Haz listados de objetivos y de logros alcanzados. Busca las siete diferencias.
Trabaja con tus expectativas y autoexigencia. ¿Cómo de ideal es la imagen que estás proyectando? ¿Y si transformas esa imagen en una imagen real?
Aprende a lidiar con el error y la frustración. Date permiso para hacer sin saber y disfrutar de tus fracasos. Mánchate, rompe, destruye, y mira qué sale de ahí.
Busca una tribu sostenedora y muéstrate tal cual eres. No hay nada más sanador que crear en grupo para sentir que estamos en el mismo barco.
Pinta tu autorretrato de forma simbólica. Haz series de autorretratos a lo largo del tiempo y date cuenta de cómo estás creciendo.
Crea recordatorios visuales de tus talentos y dones, enmárcalos en grande y acostúmbrate a mirarlos.
Conviértete en activista: visibiliza esto que te pasa y cuestiona los estereotipos que te afectan. Defiende tus intereses y sé asertiva/o en cada uno de los entornos donde te encuentres. De nada sirve el cambio interno si nada cambia fuera.
Sé compasiva contigo misma/o. Cultiva tu amor propio, en cualquier situación. Y recuerda, no estás sola/o y no hay nada malo en ti.
¿Quieres profundizar en tu autoconocimiento?
En este enlace te cuento más sobre el proceso de arteterapia y terapia gestalt para personas altamente sensibles.
Contáctame para concertar una cita.
*Afirmaciones adaptadas de la Clance IP Scale, el primer test elaborado para la identificación del Síndrome del Impostor, elaborado por Clance (1985). Fuente: The Impostor Phenomenon: When Success Makes You Feel Like A Fake (pp. 20-22), Toronto: Bantam Books.
Para saber más…
Artículos científicos
Bravata, D. M., Watts, S. A., Keefer, A. L., Madhusudhan, D. K., Taylor, K. T., Clark, D. M., ... & Hagg, H. K. (2020). Prevalence, predictors, and treatment of impostor syndrome: a systematic review. Journal of General Internal Medicine, 35(4), 1252-1275.
https://link.springer.com/article/10.1007/s11606-019-05364-1
Clance, P. R., & Imes, S. A. (1978). The imposter phenomenon in high achieving women: Dynamics and therapeutic intervention. Psychotherapy: Theory, Research & Practice, 15(3), 241–247.
Feenstra S, Begeny CT, Ryan MK, Rink FA, Stoker JI and Jordan J (2020) Contextualizing the Impostor “Syndrome”. Front. Psychol. 11:575024. doi: 10.3389/fpsyg.2020.575024
Libros
Harvey, J. C. (1981). The impostor phenomenon and achievement: A failure to internalize success. Temple University.
Clance PR. The Impostor Phenomenon: When Success Makes You Feel Like a Fake. Atlanta: Peachtree Publishers; 1985.
Young, V. (2011). The secret thoughts of successful women: Why capable people suffer from the impostor syndrome and how to thrive in spite of it. Currency.
Otros recursos
http://altascapacidadespitagoras.com/sindrome-del-impostor/
https://mind.help/topic/imposter-syndrome/
https://www.youtube.com/watch?v=BHu11p5Imb8