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¿Hasta donde ceder? Claves para acompañar los límites de forma creativa y protectora



En un post anterior hablaba sobre la importancia de reflexionar sobre las normas en familia, y su papel para el desarrollo saludable de la autonomía. Hoy vamos a hablar del tema de los límites, que frecuentemente despierta muchas dudas e inquietudes en la crianza. 


“Siempre intento decirles las cosas con calma y tranquilidad, pero no me hacen caso, y acabo de los nervios chillando, y luego me siento fatal”. 


“Yo tengo las normas muy claras, pero luego siempre acabo cediendo, nunca sé cuál es el límite".


"Siento que tiran de mí, y yo ya no sé hasta dónde ceder".


¿Te suena?


A menudo nos encontramos perdidas, repitiendo patrones de nuestra infancia que no nos gustan, y sin saber cómo hacer las cosas de manera distinta. ¿Son lo mismo las normas y los límites? ¿Debemos acompañarlos igual? 


Si leíste el post anterior, recordarás que te contaba que me gusta mucho pensar en las normas como la estructura de una casa. Gracias a que tengo cuatro paredes puedo estar aquí protegida y calentita mientras escribo este artículo, sin nadie que me moleste. Las normas nos abrigan la convivencia y nos dan tranquilidad. 


Si las normas son la estructura, los límites son las vallas, las puertas, el foso alrededor del castillo. Nos señalan dónde se encuentran los extremos de nuestra casa, hasta dónde se estiran. Nos dicen “puedes moverte hasta aquí”. 


Y hablando de convivencia, nos indican conductas a evitar, aquellos territorios a partir de los cuales entramos en terreno peligroso. Comúnmente tienen una función protectora, ponemos límites para cuidar nuestra integridad, y por este motivo, a diferencia de las normas, no son negociables, y por ello a veces requieren de una acción inmediata que puede implicar el uso de la fuerza con fines protectores. 


Por ejemplo, si vamos con un peque caminando por la calle, podemos negociar el camino para llegar hasta el parque, o la posibilidad de ir con un triciclo, pero no vamos a dudar en actuar si cruzando la calle casi le pilla un autobús. En ese momento, no nos pondremos a dialogar, directamente le agarraremos para evitar el accidente. 


Y esto es muy distinto de utilizar la fuerza física con fines punitivos. Un grito o un cachete por que el niño “se ha portado mal” no es una expresión de un límite, sino más bien el síntoma de que hemos perdido los nervios y los recursos, y necesitamos un tiempo para autorregularnos y reflexionar. Para empezar, deberíamos preguntarnos qué significa portarse bien o mal, y qué estructura ha fallado para que eso sucediera. ¿Quizá nuestra casa fallaba en sus cimientos?


Y la dificultad con los límites es que a menudo nos producen frustración, porque a nadie nos gusta que nos digan que no, que “hasta aquí”. Queremos que la goma se siga estirando, pero llega un momento que ya no se puede estirar más sin riesgo.


Y, ay amiga, la frustración nos sienta fatal, a niños y adultos. Y lloramos, pataleamos y nos quejamos. Y como en el cuento de los tres cerditos, si la casa no está hecha de materiales fuertes, se la llevará el viento. 


En las sesiones de arteterapia, los materiales nos sirven como aliados para reflexionar y para identificarnos, ¿de qué material están hechos los ladrillos de mi casa? ¿me siento firme y rígida como un palo o más bien blanda y vulnerable como el papel? ¿Cómo de flexible puedo ser? ¿mis límites son cálidos y blanditos como los de la lana, o rígidos como el cartón? 


Explorando con los materiales artísticos, podemos volver a recordar las estructuras de nuestra infancia, y tomar conciencia de los patrones que sin querer a menudo repetimos, ya sea por semejanza o por rechazo. Quienes crecimos rodeados de límites asfixiantes, probablemente de adultas rechacemos toda autoridad y tengamos problemas para sostener las estructuras que nosotras mismas construimos. O tal vez simplemente nunca hayamos descubierto cómo hacerlo. Construimos casas con materiales inadecuados.


En el proceso creativo aprendemos nuevas estrategias y descubrimos que hasta la madera más firme puede ser flexible, y que todos necesitamos a veces un poco de calidez a la hora de construir estructuras y espacios. 


Lo interesante del aprendizaje en torno a los límites es que, en la medida que vamos aprendiendo como adultas a respetar y cultivar nuestra propia integridad y autonomía, también enseñamos a nuestros peques a cuidar la suya. Descubrimos que detrás de cada no hay un sí a un valor importante. Y así, aprenden que papá y mamá también tienen sentimientos y necesidades, que a veces dudan, que están también aprendiendo y que está bien equivocarse, pedir perdón y rectificar. 


Y esta es quizá la clave que a menudo se nos olvida cuando hablamos de normas y límites. Como una casa con sus paredes, su puerta y sus ventanas, las estructuras nos protegen, nos dan luz, pero somos nosotros quienes decidimos qué forma queremos darle y qué queremos hacer dentro de ellas.  Es posible crear estructuras de forma creativa, y cuanto más creativas seamos, más se adaptarán nuestras estructuras a nuestra vida, y no al revés.


Ojalá seamos capaces de construir y sostener estructuras que nos protejan y nos liberen, hogares lo suficientemente sólidos y flexibles para adaptarnos a la vida.


Si sientes que ya toca revisar tus estructuras y límites, y ha llegado el momento de pararse a reflexionar, te acompaño.




Para saber más sobre los límites en la arteterapia gestalt 


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